sábado, 29 de diciembre de 2012

Señales de emergencia

Cualquiera de nosotros, en cualquier ciudad, puede visitar tres mundosen un solo día: la ciudad brillante, consumidora, ajena a la crisis; la ciudad espectadora, contenida y austera que sobrevive; y la ciudad desposeída, empobrecida que apenas tiene lo más básico. España se rompe en varios pedazos, que no son Cataluña ni el País Vasco, se rompe por dentro cuando en un solo día te piden para comprar unos pañales, para donar un kilo de arroz a los vecinos y para pagar el desayuno de algunos alumnos de tu centro. La pregunta, acuciante, urgente, es por qué la política ha dimitido de proteger a los más débiles, cómo se ha desembarazado de las situaciones de pobreza emergente, cómo asume con total tranquilidad que la ayuda a las personas más necesitadas corresponda solo y exclusivamente a las organizaciones humanitarias.

Está claro que la crisis económica es profunda, pero España es todavía una de las 20 economías más importantes del mundo y nuestro PIB sigue en el club de los países más desarrollados del planeta. ¿Cómo es posible entonces que miles y miles de personas carezcan de la alimentación más básica? ¿Cómo puede permitirse que un número indeterminado de estudiantes acudan a las aulas sin haber desayunado? ¿Cómo es posible que en centenares de centros haya alumnos que no pueden llevar una libreta nueva o que exhiben la punta de las zapatillas abiertas como boca de cocodrilo o el chándal agujereado?

No es toda la sociedad la que está en estas circunstancias, pero hay una pobreza sobrevenida, con efectos terribles que nos ha cogido desprevenidos. Si hace escasamente dos años nos lo hubieran contado habríamos respondido que era una visión apocalíptica promovida por la izquierda radical para desprestigiar al capitalismo, pero ahora la pobreza está entre nosotros y es indignante que el poder político vuelva la cara para no verlo.

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