martes, 30 de octubre de 2012

Media Galicia no vota

Más allá de la mayoría absoluta de Feijóo y los ecos del rugido de Beiras, la tercera noticia de la noche electoral gallega tendría que haber sido el sopapo de la sociedad a la clase política. Escrutado el voto emigrante, que no ha variado la composición del Parlamento autonómico, el índice de participación ha caído hasta el 54,9%, casi diez puntos menos que en 2009. Los medios, sin embargo, nos apresuramos a difundir el 29-O que apenas había bajado un punto, cuando lo suyo sería establecer una comparación con los resultados emitidos sólo en territorio gallego cuatro años antes y no con el total, que incluía la diáspora.

Este año había que inscribirse para votar en el extranjero y, de las casi 400.000 personas con derecho a ello, apenas se registraron 30.000 y, finalmente, ni 13.000 llegaron a introducir su opción en una urna. Las cifras han sido redondeadas para no perderse con tanto número, pero la que cuenta tiene dos decimales: la abstención fue del 96,74%.

Queda para otro día el debate sobre el derecho que puede ejercer un joven residente en Bariloche cuyo abuelo partió hace seis décadas de una tierra lejana que jamás ha pisado y que nada tiene que ver con la que el viejo dejó atrás el siglo pasado. ¿Es justo? ¿Tiene sentido? ¿Debería ese descendiente transatlántico tener la capacidad de variar el rumbo político de una región plantada a miles de kilómetros, a un árbol genealógico de distancia?

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